viernes, 21 de enero de 2011

La tierra del sol interminable

Había sido una semana complicada, estaban por  finalizar  las vacaciones  y  a  mi ya me apuraba comenzar a trabajar, no tenia idea  que en esos días encontraría una puerta que me adentraría a un mundo que pensaba que existía nada más en mi imaginación y el cual visitaba únicamente estando a solas.
Todo comenzó un martes en la noche, me encontraba en mi habitación dispuesta a dormir, esa noche en particular parecía ser muy oscura y por el tragaluz no se asomaba ni un rayito de luz de luna. Intentaba dormir, pero transcurrido un tiempo en el que sólo rodaba de un lado al otro de la cama, advertí que algo estaba sucediendo; en los rincones de la alcoba, aparecerían zonas resplandecientes, éstas duraban pocos segundos, al prestar atención pude vislumbrar que en ellas había algo parecido a fragmentos de una película, envuelta en una ola de silencio, pude ver que eran escenas de cosas desagradables que me habían sucedió, mirando desde  la oscuridad comencé a sentir  temor, angustia y un vacío que tan sólo comenzó a llenarse de sombras en mi corazón, permanecí en vela, pero al amanecer, la luz del sol arrebato las sombras y el silencio,  fue entonces que sucedió.
De un momento a otro ahora me hallaba en un lugar inmenso, valles fantásticos, montañas que parecían pintadas con óleo de mil colores, lagos con aguas resplandecientes, bosques con arboles parlantes y caminantes, animales quiméricos y aves extravagantes era lo que mis ojos ahora estaban mirando, un cielo inmenso, bañado con los cálidos rayos color de miel del astro rey y además un delicioso aroma a pan dulce.  No se de donde, llegaron montones de niños, cada uno con diversos juguetes, era increíble como era que de repente hacían aparecer dinosaurios, muñecas, aviones, robots, carritos o juegos de té, con tan sólo mencionar que era hora de cambiar de juego.
Permanecí observando por largo rato, hasta que uno de ellos, jalándome del brazo me envolvió en uno de esos divertidos juegos, pronto éramos nosotros los que nos transformábamos en brillantes científicos, poderosos insectos, hadas, valientes guerreros, hasta príncipes y princesas  y lo que se nos viniera en gana.
No supe cuanto tiempo transcurrió, al parecer era la tierra del sol interminable, sin duda había algo especial en ese sitio, pensaba en esto, cuando en un abrir y cerrar de ojos,  cayó la noche, realmente una noche nunca antes vista por mi, con un firmamento repleto de estrellas muy parecidas a las series navideñas, un cielo marino y tres lunas, cada una,  con la característica de cambiar de color continuamente, igual que las estrellas.
Ahora el aroma a pan dulce se había vuelto más intenso, me halle entonces en un enorme salón que al centro tenía una mesa llena de pasteles de todo tipo, muffins de chocolate, de arándanos, de nuez, pay de frutas y de queso, tartas y roscas de reyes, todos con un aroma y un colorido exquisito; los niños con rápidos movimientos tomaron el pastel que mejor les parecía y salieron corriendo del lugar. A la mesa se habían sentado adultos que venían disfrazados de arlequines y bufones, todos ellos con una sonrisa que no se desdibujo ni siquiera cuando comimos los pasteles y bebimos el café.
Este mundo parecía atemporal, no dormía y me pasaba largas horas contemplando el esplendoroso cielo que también estaba lleno de luces de colores que formaban pequeñas flores, parecidas a los fuegos artificiales que estallan en el firmamento.
Tenia ya muchos amigos, pues viajaba constantemente, conociendo gente que por momentos parecían niños traviesos y juguetones, pero cuando me distraía por un momento, tomaban el aspecto de grandes jóvenes intelectuales que en ningún momento perdían la inocencia de su mirada. De las dos formas me contaban relatos grandiosos, cuentos interminables, que cuando menos lo esperaba, me hacían navegar en el mar de sus historias, sentía que escuchaba sus voces muy lejanas, mientras desembarcaba en los espacios más maravillosos, me adentraba en selvas, bosques y habitaciones donde visitaba a sus mascotas mágicas y curiosas.
También en esa orbe existía el peligro, cuando algún adulto olvidaba sonreír, las noches se prolongaban tanto que en ocasiones las sombras se materializaban y causaban destrozos, si esto sucedía y alguna sombra quería arrebatarme hacia la tierra vecina llamada khattam-shud, mis amigos venían volando, unos con alas de águilas, otros de hadas y también de ángeles, pero todas ellas enormes y de gran hermosura, entonces me llevaban a viajar a través de la luz con mis propias alas que ya para ese entonces eran igual de grandes y bellas que las de ellos, y nuevamente entre historias sin fin, descubría nuevos personajes y los lugares más impresionantes.

Cuento: Nancy Munguía (Taller de narrativa)
Ilustración: Lourdes Ibáñez (Taller de fotografía)

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