Todo comenzó un martes en la noche, me encontraba en
mi habitación dispuesta a dormir, esa noche en particular parecía ser muy
oscura y por el tragaluz no se asomaba ni un rayito de luz de luna. Intentaba
dormir, pero transcurrido un tiempo en el que sólo rodaba de un lado al otro de
la cama, advertí que algo estaba sucediendo; en los rincones de la alcoba, aparecerían
zonas resplandecientes, éstas duraban pocos segundos, al prestar atención pude
vislumbrar que en ellas había algo parecido a fragmentos de una película,
envuelta en una ola de silencio, pude ver que eran escenas de cosas
desagradables que me habían sucedió, mirando desde la oscuridad comencé a sentir temor, angustia y un vacío que tan sólo
comenzó a llenarse de sombras en mi corazón, permanecí en vela, pero al amanecer,
la luz del sol arrebato las sombras y el silencio, fue entonces que sucedió.
De un momento a otro ahora me hallaba en un lugar
inmenso, valles fantásticos, montañas que parecían pintadas con óleo de mil
colores, lagos con aguas resplandecientes, bosques con arboles parlantes y
caminantes, animales quiméricos y aves extravagantes era lo que mis ojos ahora
estaban mirando, un cielo inmenso, bañado con los cálidos rayos color de miel
del astro rey y además un delicioso aroma a pan dulce. No se de donde, llegaron montones de niños,
cada uno con diversos juguetes, era increíble como era que de repente hacían
aparecer dinosaurios, muñecas, aviones, robots, carritos o juegos de té, con tan
sólo mencionar que era hora de cambiar de juego.
Permanecí observando por largo rato, hasta que uno
de ellos, jalándome del brazo me envolvió en uno de esos divertidos juegos,
pronto éramos nosotros los que nos transformábamos en brillantes científicos,
poderosos insectos, hadas, valientes guerreros, hasta príncipes y
princesas y lo que se nos viniera en
gana.
No supe cuanto tiempo transcurrió, al parecer era la
tierra del sol interminable, sin duda había algo especial en ese sitio, pensaba
en esto, cuando en un abrir y cerrar de ojos,
cayó la noche, realmente una noche nunca antes vista por mi, con un
firmamento repleto de estrellas muy parecidas a las series navideñas, un cielo
marino y tres lunas, cada una, con la
característica de cambiar de color continuamente, igual que las estrellas.
Ahora el aroma a pan dulce se había vuelto más
intenso, me halle entonces en un enorme salón que al centro tenía una mesa
llena de pasteles de todo tipo, muffins de chocolate, de arándanos, de nuez,
pay de frutas y de queso, tartas y roscas de reyes, todos con un aroma y un
colorido exquisito; los niños con rápidos movimientos tomaron el pastel que
mejor les parecía y salieron corriendo del lugar. A la mesa se habían sentado
adultos que venían disfrazados de arlequines y bufones, todos ellos con una
sonrisa que no se desdibujo ni siquiera cuando comimos los pasteles y bebimos
el café.
Este mundo parecía atemporal, no dormía y me pasaba
largas horas contemplando el esplendoroso cielo que también estaba lleno de
luces de colores que formaban pequeñas flores, parecidas a los fuegos
artificiales que estallan en el firmamento.
Tenia ya muchos amigos, pues viajaba constantemente,
conociendo gente que por momentos parecían niños traviesos y juguetones, pero
cuando me distraía por un momento, tomaban el aspecto de grandes jóvenes
intelectuales que en ningún momento perdían la inocencia de su mirada. De las
dos formas me contaban relatos grandiosos, cuentos interminables, que cuando
menos lo esperaba, me hacían navegar en el mar de sus historias, sentía que
escuchaba sus voces muy lejanas, mientras desembarcaba en los espacios más maravillosos,
me adentraba en selvas, bosques y habitaciones donde visitaba a sus mascotas
mágicas y curiosas.
También en esa orbe existía el peligro, cuando algún
adulto olvidaba sonreír, las noches se prolongaban tanto que en ocasiones las
sombras se materializaban y causaban destrozos, si esto sucedía y alguna sombra
quería arrebatarme hacia la tierra vecina llamada khattam-shud, mis amigos
venían volando, unos con alas de águilas, otros de hadas y también de ángeles,
pero todas ellas enormes y de gran hermosura, entonces me llevaban a viajar a
través de la luz con mis propias alas que ya para ese entonces eran igual de
grandes y bellas que las de ellos, y nuevamente entre historias sin fin, descubría
nuevos personajes y los lugares más impresionantes.
Cuento: Nancy Munguía (Taller de narrativa)
Ilustración: Lourdes Ibáñez (Taller de fotografía)
Cuento: Nancy Munguía (Taller de narrativa)
Ilustración: Lourdes Ibáñez (Taller de fotografía)
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