viernes, 18 de marzo de 2011

Planetas-Bolas de Billar

El Maestro Edmundo, ilustre académico del Centro Universitario, bajó de una combi en la plaza central de Amecameca; era muy de mañana., Se dirigió al interior del mercado donde pidió un jugo de naranja, "para llevar, por favor". Pero tuvo problemas para pagar debido a que el empleado no tenía cambio. El maestro Edmundo se dirigió al local donde expenden los periódicos, compró dos o tres distintos, fue a recoger su jugo y lo pagó. luego salió con rumbo desconocido. Llevaba además una pequeña libreta de notas y un bolígrafo nuevo. Miró el reloj y vio que eran las...

...7:20 hrs. marcaba el reloj de la presidencia municipal de Tenango del Aire, el pueblo se hallaba conmocionado. Su emblemático cerro había desaparecido durante la noche. La gente corría al lugar donde antes había un hermoso cerro con árboles y pájaros, ahora había un gigantesco hueco en la tierra, semejante al de un cráter dejado por una bomba. Los miembros del taller de narrativa del Estudio Alas para Volar, también miraron aturdidos el desastre. El reloj ya marcaba las 12 en punto. ¿Tendría que ver este extraño suceso con el  hecho de que el maestro Edmundo no llegara a la hora, siendo él tan puntual?

Las autoridades, como siempre, llegaron tarde. Mucha gente hizo especulaciones con respecto al fenómeno. Algunos pensaron que el emblemático cerro se había hundido por efecto de un reblandecimiento de la tierra; otros, más fantasiosos, pensaron en razones mágicas o de hechicería. Pero la verdad la sabía únicamente...
El maestro Edmundo que llegó a eso de las 12:40 hrs., iba pálido y sudoroso. Reunió a los miembros del taller para darles una explicación. Se fueron a su guarida literaria y comenzó a relatar:

El maestro Edmundo había conocido a un extraño personaje que vivía como ermitaño en los bosques de Amecameca. El de dónde venía y quién era, resultaba un misterio. Siempre que se le preguntaba su nombre u origen, evadía las preguntas cambiando de tema. En su cueva había una serie de instrumentos extraños con los que observaba el cielo y hacía cálculos numéricos. Era una especie de astrónomo y mago. Al maestro Edmundo le confió lo siguiente:

Había una raza de enanos azules que se hallaban diseminados en planetas. Esos seres, terriblemente ambiciosos, se dedicaban al tráfico de cerros. Usando tecnologías desconocidas y avanzadas, se robaban los cerros de cualquier planeta para venderlos a precios increíbles a criaturas opulentas que habitaban planetas completamente lisos; Tan lisos eran que semejaban bolas de billar. Y quizo la mala suerte que el cerro emblemático de Tenango cayera en la desgracia de ser uno de sus objetivos. Pronto caerían el cerro de Cocotitlán, el Tenayo y posiblemente el Sacromonte. La técnica para robarse un cerro consistía en:
  1.  Llegar de noche.
  2. Regar con un polvo finísimo las poblaciones cercanas para que los habitantes (humanos y animales) durmieran profundamente.
  3. Cortar el cerro en secciones y colocarlo dentro de su nave de carga.
  4. Transgredir las barreras del tiempo y del espacio para llevar el cerro hasta los "planetas-bolas de billar".
Los miembros del taller de narrativa del Estudio Alas para Volar se quedaron asombrados y tristes, al ver, desde la ventana una parvada de pájaros que se alejaba en busca de un lugar más habitable.



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